En Diciembre fui al otorrino por una congestión y ronquera crónicas y me descubrió un bulto enorme en la garganta. El más grande que jamás había visto.

“Cómo comes? Cómo respiras? Cómo no te has asfixiado? No puedo creer lo que estoy viendo ” fue su reacción. Su risa nerviosa no coincidía con la seriedad de lo que me estaba diciendo, y en sus propias palabras, se reía porque “no sabía cómo reaccionar.”

“Vas a necesitar que te opere lo antes posible. Pero lo que tienes es tan grande que no tengo idea cómo lo voy a sacar. Tengo que pensar mucho.” Los doctores gringos no pueden con su genio. Tan directos siempre.

Salí de su consultorio con fecha tentativa para la operación, y una orden para hacerme una resonancia magnética (MRI) para que tuvieran mejor idea de qué era lo que tenía ahí dentro, su posición, su magnitud, etc.

Era el principio del invierno, y los días antes de Navidad, una de las épocas más bonitas en Nueva York. El consultorio estaba a sólo unas cuadras de Central Park y decidí dar un paseo en el parque y tomar aire puro. Mientras caminaba al parque llamé a mi mejor amigo y le dije lo que me acababa de decir el doctor. “Puedes creerlo?” le dije con sorpresa en vez de miedo. “JAMÁS me hubiera imaginado algo así.”

“Y si es algo grave?” pensé por un segundo. “Si esta es mi última Navidad?”

Llegué al parque y ese pensamiento ya había desaparecido. Me senté en una roca gigante frente a la pista de patinaje sobre hielo y mientras veía a la gente patinando y pasándola bien, y escuchaba la música de fondo, estaba completamente feliz y tranquila en el momento. “Qué linda tarde”, me dije a mí misma con una sonrisa.

Desde ese día, hasta el 24 de Febrero (fecha en que finalmente me sacaron el pólipo/tumor/alien), pasé por innumerables citas médicas, segundas opiniones, exámenes, radiografías de todo tipo, análisis, agujas, agujas, y más agujas, momentos en los que sentía que no podía respirar, toses tan fuertes que me hacían doler todo el cuerpo, y tres operaciones, incluída una traqueotomía que me dejó completamente muda por unas semanas comunicándome con una libretita, y con un tubo en la garganta que mi mamá tenía que limpiar dos veces al día.

*Punto aparte, mi mamá es una santa.*

Pero volvamos al tema.

En esos dos meses, los dos meses más extraños de mi vida, no puedo decir que la pasé del todo bien. Pero tampoco puedo decir que la pasé del todo mal. Ni mal en lo absoluto, en realidad. Hubieron incomodidades, sí. Y recuerdo dos momentos claramente en los que el miedo y frustración se apoderaron de mí. Seguro hubieron algunos más, pero me acuerdo de dos. Los dos intensos, pero los dos también muy cortos, de sólo unos minutos.

El resto del tiempo tengo que decir que lo pasé en un estado que variaba entre neutro y positivo. No sé exactamente cómo lo hizo mi mente, pero de cierta forma todo lo negativo de la situación se hizo casi invisible, y sólo podía ver las cosas buenas. Disfruté el descanso en cama todas esas semanas. Disfruté finalmente saber qué tenía y poner todo mi cuidado y confianza en las manos de los doctores. Disfruté infinitamente la compañía de mi mamá y sus cuidados. Disfruté dormir cogiéndole la mano, y que me sobara la espalda, los brazos, y la cabeza, y me hiciera su comida deliciosa, como la que sólo una madre sabe hacer. Disfruté el cariño, la solidaridad, y los mensajes de mi familia y amigos. Disfruté las flores que me mandó la chica que trabaja en la tienda de la esquina. Disfruté la increíble amabilidad de las enfermeras en el hospital. Disfruté, o mejor dicho, me maravillé, de la tecnología médica, y del profesionalismo de mis doctores. Me maravillé aún más que el universo me pusiera en la posición de poder recibir los mejores cuidados médicos en el mundo.

Antes de entrar al quirófano en las tres ocasiones que lo tuve que hacer, sentí una descarga de ansiedad en mi cuerpo. El corazón latiendo rápido. Los músculos un poco tensos. Pero mi mente estaba en paz.

Mi mente estuvo en paz el 99.9% del tiempo en que todo esto pasó.

La gente a mi alrededor comentaba y sigue comentando lo valiente que fui. Supongo que sí soy valiente, aunque no siento que tuve que ser especialmente valiente, porque el miedo simplemente NO ESTABA AHÍ. La molestia no estaba ahí. El estrés no estaba ahí.

Y lo que más brilló por su ausencia fue la actitud de víctima que tanta gente adquiere cuando las cosas no salen como esperaban. En todo momento sentí que habían lecciones en todo esto para mí, y que las cosas no podían haber sido de ninguna otra manera. Sabía que cuando pasara todo esto, estaría agradecida de haber tenido esta experiencia y crecido tanto a través de ella. Y así fue.

Soy así por naturaleza? No lo creo. Esta paz, que como les digo aún no es perfecta ni permanente en mí, pero cada vez abarca más y más de mi existencia, estoy segura que es un producto directo de mi meditación diaria.

Cómo lo sé?

Para empezar, porque no siempre fui así. Antes reaccionaba mucho más intensamente a cosas cien mil veces más insignificantes. Y en segundo lugar, lo sé porque lo que sentí todo ese tiempo fue el mismo tipo de tranquilidad y felicidad y aceptación de lo que está sucediendo en el momento presente, sin querer cambiarlo, que siento cuando medito. Mientras más lo practico, más áreas de mi vida abarca. Mientras más lo practico, más certeza tengo de que todo lo que me pasa tiene un propósito y es exactamente como tiene que ser. Mientras más lo practico, más agradecida estoy por los pequeños milagros que me rodean, y menos espacio mental me queda para quejarme o ver problemas.

Me he dado cuenta que es en estos momentos críticos donde los efectos de la meditación salen a la luz. Al final todo salió bien, lo que tenía era benigno, los procedimientos médicos fueron un éxito rotundo, y mi recuperación fue milagrosa. Estoy más saludable y feliz que nunca. Pero sé que si no meditara, toda esta experiencia hubiese sido completamente distinta. Sí, ha sido la situación más difícil que me ha tocado vivir hasta ahora, pero mi meditación no sólo pasó la prueba, si no que sorprendió a todos por su fuerza y profundidad, y en especial a mí.

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