Me gustaría poder decir que soy así de relajada como parezco. Pero la verdad es que sufro de ansiedad.
Medito. Uso aceites esenciales. Hago yoga. Respiro profundamente. Tomo magnesio. Camino descalza en el grass. Escucho a Eckhart Tolle y leo al Dalai Lama.
A pesar de todo esto, sufro de ansiedad.
Tengo la esperanza, y en realidad la certeza, de que un día, con todo el trabajo que hago en mí misma, y sobre todo con la meditación, mi ansiedad será cosa del pasado. También les puedo dar la gran noticia que mis niveles de ansiedad son muchísimo más bajos y manejables gracias a mi estilo de vida, que cuando empecé a sufrir de ella hace unos años.
Me siento más feliz, más valiente, más cómoda en mi propia piel, y más confiada de que la vida siempre está de mi lado. Pero les mentiría si les dijera que la ansiedad ha desaparecido por completo. Y las pastillas para la ansiedad se han vuelto por el momento unas de mis mejores aliadas.
Si no fuera por ellas, tal vez nunca hubiera ido a esa entrevista de trabajo. O a esa fiesta. O a esa primera cita. O a esa clase a la que tanto quería ir.
Si no fuera por ellas definitivamente no me hubiera lanzado a hacer programas de coaching grupales, ni tal vez incluso las sesiones individuales que tanto disfruto y que tanto benefician a mis clientes y a mí.
En los últimos años, las pastillas para la ansiedad me han dado ese primer empujoncito sin el que tal vez no me hubiese atrevido a hacer muchas cosas, y aunque antes las veía como una debilidad, ahora les tengo un gran respeto. Sí me parece que se abusa de ellas, se sobreprescriben, y mucha gente se esconde totalmente detrás de ellas en vez de buscar la raíz de sus problemas y tratar de resolverlos. No quiero que piensen que estoy motivando a nadie a tomar el camino fácil y no hacer el trabajo más profundo y buscar la verdadera sanación. Pero mientras lidiamos con todo eso de maneras más sostenibles, siento que los ansiolíticos, antidepresivos, y drogas parecidas pueden tener un lugar importante, así sea temporalmente, en la vida de muchas personas, incluída la mía.
Me siento completamente agradecida a las personas que inventaron estas “medicinas” emocionales, y al universo por darles la inspiración y los recursos para hacerlo. Muchas veces me pregunto cómo sería mi vida y qué sería de mí si no tuviera esta ayuda. No sé la respuesta, pero sé que algunos días serían mucho más difíciles y probablemente mucho menos llenos de lo que son, porque no me atrevería a hacer ni la mitad de las cosas que hago gracias a esa ayuda.
Antes veía a las pastillas como algo que se interponía en mi camino a ser una persona más valiente. “Si tomo pastillas estoy siendo cobarde y no estoy enfrentando mis miedos de verdad”, pensaba muchas veces. Pero ahora las veo como muletas mientras voy sanando a mi sistema nervioso y a mi mente, que por alguna extraña razón reacciona exageradamente a los estímulos exteriores.
Mi meta es necesitarlas cada vez menos y en menor dosis. No las tomo todos los días ni nunca lo hice. Tampoco las tomo siempre en la misma cantidad. Hay muchos días y momentos (gracias a dios la mayoría), en los que no las necesito para nada. Pero también hay muchas situaciones que todavía me causan miedo y ansiedad y en las que quiero poder ser yo y sentirme cómoda al 100%. En estos casos, busco ayuda, y agradezco que existe.
Mi profesor de meditación dice que la meta del estilo de meditación que practicamos (meditación védica) es volvernos autosuficientes. Esto quiere decir, entre otras cosas, que no dependamos de cosas exteriores como las pastillas para sentirnos bien, ya que nuestro cuerpo literalmente puede producir los mismos químicos que ellas estimulan en nosotros de manera natural. Estoy trabajando en esto, pero todavía no he llegado por completo a ese punto.
Si una pastillita me ayuda a sentirme bien y a vivir una vida plena mientras llego a esta meta (o incluso si nunca la llegara a alcanzar), pues no veo ya nada de malo con esto. El propósito en esta vida es ser feliz, y haré lo que tenga que hacer para que así sea.
Gracias, Xanax.
Con amor,
Morena
Fotos: Nuhr Studio